¿La chica un poco irritante, no? Jejejeje :P. En realidad quería hacerla más bien normal, pero mirad que monstruo me ha salido. Me tendré que conformar.
Lo que os quería decir: he tardado mucho en hacer el capítulo uno, y no sé cuanto tardaré en hacer el segundo, pero sea como sea, lo voy a seguir.
También tenía otra historia empezada por ahi (cuando termine esta ya me repondré con la otra, porque la verdad es que me vino una idea muy chula a la cabeza).
Bueno, pues, hasta el siguiente capítulo!!!
Ceci n'est pas une pipe
Escribiendo el capítulo 2...
martes, 2 de septiembre de 2014
Ya se me ocurrirá un nombre para la historia
Capítulo uno
Desde que
tenemos, como dice mi madre, ‘‘vida social’’, vamos a un montón de países
extranjeros, y a un montón de fiestas de mierda.
Un buen
ejemplo es esta.
Estamos en
Francia, concretamente en Toulon. Es una ciudad con costa. Nada que no haya
visto antes. Vamos a ir a una ‘‘fiestecilla informal’’ –eso también lo dice mi
madre–, que seguramente la llame –mi madre- ‘‘informal’’ porque hay que ir con
máscaras.
Perfecto… ¡qué divertido!
Llevo diez
minutos en mi habitación del hotel –todo de lujo, por supuesto-, pensando
qué hacerme. Decido ponerme una especie
de moño con mechones rizados sueltos por adelante, para que me sea más cómoda
la máscara. Para cada fiesta se supone que debo de llevar un vestido diferente,
cosa que no entiendo, ya que, como cada fiesta es de algo completamente
distinto, y por no hablar de que no hay invitados repetidos, nadie se va a dar
cuenta de mi ‘‘atroz’’ error de repetir vestido. Mi madre me obliga a ir a esas
tiendas en las que se ven cuatro clientes –básicamente porque la gente normal
no tiene dinero- y en las que el mobiliario parece increíblemente más lujoso
que la ropa que se vende.
Hoy me toca
el vestido que llevo esperando toda mi vida, o algo así. La verdad es que lo
amo –genial, ya parezco una pija-. Me costó casi una hora convencer a mi madre
de que me comprase un vestido negro. Me gusta el negro. Es… como describirlo. A
ver, es negro. La parte de arriba es… brillante, no lleva mangas ni tirantes.
No me suele gustar ese tipo de corte, ya que no me queda bien, pero he tenido
suerte con este. La parte de abajo… es voluminosa, sí. Es vaporosa. Es como uno
de esos vestidos de los cuentos de hadas, con la falda llena de telas, y telas,
y telas…
La falda es
tan larga que me podría poner unas zapatillas de plástico de esas para el agua
y daría exactamente igual. Pero, seguramente, mi madre me va a revisar de
arriba abajo y me va a obligar a ponerme tacones. Los tacones son una de las
cosas más incómodas que me he puesto en la vida. No me refiero a esos tacones
con cuña, súper gruesos… no. Me refiero a los zapatos de aguja. He tenido
suerte de que no se me haya roto ninguno. Me pongo unos de esos siniestros
zapatos de aguja, también negros. Creo que son de Channel.
Me bastaría
con ponerme la máscara y ya está. Pero no, por supuesto, tengo que maquillarme.
Otra cosa sin sentido: ¿Qué más me da maquillarme o no si nadie me va a ver
porque TENGO UNA MÁSCARA EN MI CARA? Si no lo hago, habrá consecuencias
atroces. De repente, un apocalipsis zombi estallará y nos quedaremos todos
moribundos, sin comida, sin agua. Esto se puede traducir a lo siguiente: mi
madre –como ya he dicho antes-, me revisará y verá que no llevo maquillaje. Me
obligará a someterme a una sesión que nos pondrá mucho tiempo. Luego, mi madre
llegará estresada a la fiesta, con miedo a llegar tarde –mi madre es caso
imposible en lo que concierne a llegar tarde a algo, pero es muy buena
idealizando-, y luego me echará la bronca.
Qué demonios.
-¡Uau! –mi madre (no me refiero a la expresión ‘‘mi madre’’, la que ha
dicho ‘‘uau’’ es mi madre.
-¿Uau, qué? –le digo yo.
-¡Pues eso! Gracias, Raquel, por molestarte tanto en esto –lo dice con una
sonrisa.
-¿Molestarme tanto en qué? –espera un momento, ¿eso significa que puedo
quitarme los tacones y ponerme unas chanclas?
-Mira, hija, esta fiesta es importante. Tu padre va a intentar venderle
algo a alguien muy importante y… -ella sigue, yo no la escucho.
A, sí, mi padre. Con tanto chiringuito, a veces se me olvida que vamos a
las fiestas por él. Tiene una empresa que se ha vuelto muy famosa. Es de
coches. Unos coches del futuro. Son súper guays. Espero que me regale uno de
esos coches cuando me saque el carné.
-¿Me estás oyendo? –me pregunta. En realidad, puesto que no estoy sorda,
si que le estoy oyendo. Lo que no le estoy es escuchando.
-Sí, te estoy oyendo –es verdad.
-Pruébate la máscara.
La máscara es una cosa misteriosa que me da repelús. Todavía ni la he visto.
¿Eso se supone que es cómodo? Mi madre coge una caja roja. Por cierto, yo
también soy muy buena idealizando –me viene de familia-. ¿¡La máscara es roja!?
Ay, que nervios…
Por fin la veo –digo ‘‘por fin’’ porque mi madre me la ha puesto y yo he
seguido con los ojos cerrados frente al espejo un rato. Es preciosa –frente al
maquillaje que me he tenido que poner, el vestido, y los zapatos, sí,
definitivamente es preciosa-. Es dorada, y me tapa toda la cara.
-Mira que bonita es… -digo yo, inconscientemente (en mi sano juicio no
diría esa tontería, lo que pasa es que estoy flipando debido al exceso de
helado de esta semana).
-Sí –no me había fijado en lo que se había puesto mi madre hasta ahora.
Lleva un vestido rojo, que, frente al estereotipo, parece muy cómodo. Le ha
robado los zapatos a Cenicienta, y su máscara sólo le tapa media cara.
-Será mejor que nos vayamos yendo, ¿no crees? –me río por mis adentros.
Quedan casi dos horas para la fiesta, y tardamos una hora en llegar.
-Sí, será mejor –no vaya a ser que te estreses.
Paramos en
una bollería, ya que tendré que comer algo, porque con mi máscara en la fiesta
no podré comer –por cierto, no se puede quitar la máscara nadie durante la
fiesta. Fingiré que me duele la cabeza para poder regresar al hotel cuanto
antes-.
Tiene que ir
mi padre, ya que, con las pintas que llevamos, él es el que da menos la nota.
Cuando se va,
mi madre empieza a criticar –o, como dice ella, ‘‘dar su experta opinión’’- al
estilo de la gente que va por la calle, tipo, <<pues eso no combina con
eso>> o <<debería intentar ir un poco más a la moda>> -este
último me hace mucha gracia. Esa chica era hipster-.
Cuando vuelve
mi padre, mi madre para. Me da un cruasán de queso y jamón. Me lo acabo en unos
dos minutos.
Por suerte,
no damos el cante llegando media hora pronto. Hay mucha gente –con las mismas
pintas- que también están aquí.
El sitio de
la fiesta es… una pijada. Pues eso. No hace falta describirlo. Es simplemente
una pijada. Seguro que tiene 20 balcones al estilo de los balcones de las
películas que se sitúan en Francia.
La máscara ya
me empieza a incomodar.
-Mamá, me voy
al baño.
-Cariño, en
esta fiesta, llámame madre, ¿sí? -¿en serio? ¿’’Madre’’? ¿Qué mierda es esa?
-Vale. Madre,
voy al baño -¿así mejor?
-Vale, pero
date prisa –pero si queda media hora… aj, da igual.
El baño es
otra pijada. Me meto en una cabina, le pongo el pestillo y me quito la máscara.
Menos mal. Ahora tengo claustrofobia a las máscaras. Cuando veo a esas personas
con las cabezas encerradas en disfraces de Mickey o el Pato Donald, me dan
pena. Ahora yo me doy pena a mí misma.
Cojo mi móvil
–es un Samsung Galaxy Trend. Es una de las pocas cosas personales que he
conseguido salvar-. Quedan veinte minutos para que comience la ‘‘fiestecilla
informal’’.
La cabina es
como un cambiador de tiendas de ropa, pero con váter. TIENE UN ESPEJO. PERO
PARA QUE RAYOS NECESITAS UN ESPEJO CUANDO VAS A HACER TUS NECESIDADES.
Vuelvo a
coger el móvil. Abro Candy Crush Saga. Puedo hacer tiempo con eso.
Miro el reloj
del móvil. Quedan diez minutos.
Me pongo la
máscara y quito el pestillo. Mierda. Mierda, mierda, mierda y mierda. El
pestillo está atrancado. Me pone nerviosa que pase esto. Mientras intento abrir
la puerta, hago un trabalenguas, para tranquilizarme.
-El pestillo
está atrancado, ¿quién lo desatrancará? El buen desatrancador que lo
desatranque, buen desatrancador será.
Todavía no se
abre.
-El pestillo
está atrancado, ¿quién lo desatrancará? El buen desatrancador que lo
desatranque, buen desatrancador será.
Tampoco.
-El pestillo
está atrancado, ¿quién lo desatrancará? El buen desatrancador que lo
desatranque, buen desatrancador será.
No.
-A ver… El
pestillo está atrancado, ¿quién lo desatrancará? El buen desatrancador que lo
desatranque, buen desatrancador será.
Le doy muy
fuerte al pestillo, y, al fin, lo consigo.
-Dios mío,
por fin.
Salgo pitando
de ese baño infernal.
-¡Raquel!
¿Dónde estabas? –me dice mi padre.
-El pestillo
se atrancó.
-Bueno, menos
mal. Está a punto de empezar la fiesta.
La
‘‘fiestecilla informal’:
Empieza a
llegar un montón de gente. Gente con las mismas pintas que nosotros, o, por
horrible que parezca, con más pintas que nosotros.
Los hombres
llevan máscaras menos estrafalarias, tipo el Zorro –vamos, casi una cinta en
los ojos-.
-¿No es genial?
–mi madre me lo está preguntando a mí, pero no le hago ni caso. Me gusta mirar
a la gente he imaginarme como son sus vidas. Bueno, al menos, me gustaba mirar
a la gente que imaginarme como eran sus vidas. Porque ahora todas las personas
que veo se pueden resumir en dos palabras: gente gilipollas –eh, Raquel.
¡Raquel!
-Eh, sí,
perdona, ¿ma…dre?
-¿Por qué
estás tan en las nubes, Raquel?
-Eh…
Mi padre me
salva. Aparece con una mujer y un hombre. La mujer es rubia y tiene unos
preciosos ojos azules. Lleva un vestido de color aqua muy ceñido. El hombre tiene el pelo negro y los
ojos verdes. Parecen la pareja perfecta cuarenta-ñera que parece treinta-ñera
porque son muy ricos y muy guapos.
-Ana –dice mi
padre (mi madre se llama Ana)-, Raquel, os presento a los… organizadores de la
fiesta -¿está fiesta absurda proviene de ellos? Qué bien… espero que tengan un
chico de mi edad guapo (guapo a ser, con la anatomía que tienen…)- Albert y
Corinne Ross.
Albert es un
nombre inglés no francés. Y Ross es un nombre, no un apellido…
-Hola
–intento sonreír como lo hace madre, de modo de que se me vean los dientes
perfectamente alineados (pero no perfectamente blancos, paso de eso) gracias a
dos (horribles) años de ortodoncia invisible (el dentista le dijo a mi madre
que no tenía razones por las cual hacerlo, ya que tenía los dientes en una
posición buena y normal. Pero mi madre insistió mucho, yo no, yo me quede
bastante calladita con el tema).
Mi madre me
tira una mirada que significa ‘‘gracias por comportante mínimamente bien’’,
aunque para ella significa solamente la primera palabra.
-Ven un momento, querida –intento pensar que
no es por haber hecho algo mal. Ay, dios mío…
Nos alejamos
del grupo y papá y los Ross siguen hablando –seguramente de negocios-.
-¿Qué quieres…
eh… madre?
-Lo primero.
Lo estás haciendo muy bien.
-¡¿En serio?!
Me estaba preocupando –no me creo ni una sola palabra de lo que acabo de decir.
-No quiero
que te aburras en esta fiesta. Albert y Corinne tienen una hija, de tu edad.
¿Qué tal si intentas hablar con ella?
-Vale…
-espero que no sea una pija tonta -¿dónde está?
-No lo sé.
Nunca la he visto. Pero estoy segura de que sabrás reconocerla.
¡¿Y cómo coño
voy a hacer eso?!
Mi madre se
va.
Empiezo a
caminar, un poco perdida. Veo a una chica. Tiene una especie de pelo –negro-
que sólo se ven en los anuncios de cosméticos para dicha parte de la cabeza. Y
unos ojos azules idénticos a Corinne Ross. Lleva un vestido rosa palo. Me
siento avergonzada por haberle obligado a comprarme un vestido negro a mi madre.
Ese es precioso –oh, no. Así como cada medio año. Me sumo en la oscuridad y me
vuelvo una pija repelente. Creo que está pasando…-. COÑO, QUE QUIERO ESE
VESTIDO. ESA CHICA ES UN HOLOGRAMA CON PHOTOSOOT ES DEMASIADO GUAPA. Vale, le
digo algo. Umms… ¿hola caracola? ¿hola? ¡¿Qué COÑO LE DIGO?! ¡¿Y POR QUÉ ME
PONE TAN NERVIOSA ESTE TIPO DE COSAS?! Ay. Dios.
Después de un
tiempo insufrible, decido quedarme mirando al vacío un buen rato hasta que sus
padres le digan lo mismo –que seguro que lo harán-. Seguramente ella haga
exactamente lo mismo que yo.
Parece muy
amable. Está por todos lados, hablando a todos los adultos que va viendo.
Quizás debería intentar hacer eso yo también. Qué vergüenza. Yo siempre he sido
muy cerrada. Me cuesta mucho hablar con extraños –es una de las muchas razones
por las cuales odio las fiestas, aunque creo que esta es la menos horrible-.
Pero bueno, seguro que es más fácil si naces con ese nivel social.
OMFG se está
acercando. Ay.
OMFG se sigue
acercando. Más ay.
OMFG me ha
dicho hola con una sonrisa rosa y dientes perfectamente alineados pero no
blanqueados –como los míos-.
-Hola –yo.
Estoy asustada. Normalmente, este tipo de chicas puedes decirles ‘‘¡hey! Mira
que techo más bonito hay!’’ y se quedan mirando arriba como tontas. No me
malinterpretéis, es un buen modo de quitárselas de encima sin tener que usar la
violencia física (es broma). Pero esta parece lista. Tan lista que ella tendría
que decirme lo del techo en vez de yo.
-Eh… mira. No
te conozco de nada. Sé que estás muy perdida, y, que como toda la gente normal,
estas fiestas te aburren. En el piso de arriba tengo la serie entera de ‘‘Teen
Wolf’’, ¿quieres venir conmigo?
¡¿WTF?! ¿¡QUÉ
ACABA DE PASAR?!
-Eh. Sí.
Estaría bien.
-Vale –me lo
dice con una sonrisa distinta a la de antes. Esta parece más natural.
Yo también le
sonrío.
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